No es fanatismo



Bellos momentos de la vida cotidiana.

Octavio entra apurado a su casa. Va derecho a la cocina y pone el agua para un café mientras se quita el saco, Esther le grita algo desde el patio. No entiende bien que cosa.

-- Gorda, ¿qué haces? ¿pasa algo?

Esther entra a la cocina con un malestar inocultable.

-- ¿Sabes qué pasa, Gordo? ¡¿Sabes qué pasa?! Pasa que estoy harta de ti y de tu Cruz Azul, del estadio, de los partidos, de que vivas sólo para ir a ver a esos muertos todos los sábados o el día que se les ocurra jugar. ¡Estoy harta, entiendes! Ahora resulta que hasta entre semana hay partido y te importa un carajo llegar tarde y cansado para irte peor en la mañana del otro día a trabajar. Siquiera te dieran una alegría de vez en cuando, pero ni eso, desde que te conozco te traen con un nudo en la garganta cada final de temporada, llevan casi media vida haciéndote pasar solo tristezas y corajes, eres un manojo de nervios, siempre te veo reventando de coraje o secándote disimuladamente, según tú, para que yo no vea las lágrimas que te causan esos huevones. ¿Crees que no me doy cuenta?

No hay un sábado que podamos hacer algo juntos, ir a la plaza, al cine, al parque, nada. Todos los sábados me la paso aburrida en la casa de mis padres con los bebés. Mis amigas salen con sus maridos y yo soy la única infeliz. Parezco soltera. ¡Eso pasa, eso!

-- Amor, espera un poco, cálmate... Primero, no son todos los sábados. Todos, todos, no son. A veces son los viernes o domingos. Segundo, sabes que voy al estadio desde siempre, desde niño, no me vengas con estas cosas ahora. Y tercero, qué culpa tengo yo de que los maridos de tus amigas sean todos tan putos que no les guste el futbol.

-- ¡Ves! ¡Ves que estás mal! No se puede hablar enserio contigo. Pierdo el tiempo, enserio lo pierdo.

Esther se queda con los brazos cruzados frente a Octavio. Lo mira entre seria y triste. Se ve que quiere decir algo pero se contiene. Octavio lleva el café y el azúcar para la mesa.

-- ¿Gorda, qué haces ahí como estatua? ¿Me quieres decir algo más?

-- Sí, sí quiero. Te voy a hacer una sola pregunta y te pido, por favor, me contestes como una persona adulta.

-- Bueno pues, pregúntame.

-- Es simple... ¿Por qué carajo vas al estadio tan seguido? ¡Quiero saber eso, por favor!

Octavio se queda pensativo, como tratando de buscar la respuesta más completa y sincera a la pregunta de su esposa. ¿Por qué va a la cancha? ¿Cuál es la verdadera razón? ¿Cuándo fue por primera vez? ¿Para qué va? ¿Va por costumbre? Jamás ni él mismo se ha preguntado algo tan obvio, tan fundamental, tan ligado a su rutinaria existencia.

Cuando trata de responder, recuerda que fue por primera vez porque su abuelo le decía que pase lo que pase tendría que hacerlo hasta su último aliento. Durante tres años fue con su abuelo y su padre. Después, cuando su abuelo murió fue solo con su papá. Octavio era niño, se aprendía las formaciones de los equipos de memoria. Se ubicaban siempre en el mismo lado de la tribuna porque era cábala y porque en la cabecera era donde el sol daba menos tiempo. Su padre le inculcó lo que es amar los colores del Deportivo Cruz Azul. Le transmitió lo que es ser fiel a un sentimiento, a La Máquina. Eso no se aprende en ninguna universidad.

Cuando creció ya empezó a ir con los amigos de la colonia. Su papá se quedaba en la casa porque prefería ver los partidos por televisión, consciente estaba de que sus mejores años ya habían pasado y lo tenía que dejar al chico crecer como verdadero Enamorado de su Cruz Azul, igual o más que él.

Con sus amigos, Octavio supo lo que es alentar hasta la afonía, llorar hasta secarse y festejar hasta dormirse. Conocieron las canchas de todo el país. Viajaron de aventón, corrieron, maldijeron, se fueron a pelear y gozaron. Gritaron victorias heroicas y lloraron crueles derrotas. Supieron lo que es ser visitantes y jugar con el árbitro en contra, se aguantaron los palos de la policía y se abrazaron con el desconocido que tenían al lado en algún gol olvidado.

Saborearon y se acabaron las mejores cervezas de su vida, que a su vez eran también, las más caras del mundo según sus miserables bolsillos. Odiaron al portero rival, se avergonzaron de la defensa propia, admiraron a un diez flojo y lento pero muy, muy talentoso, y soñaron con esa portada del periódico del día siguiente. Con los "amigos de estadio" fueron felices, terriblemente felices.

Octavio trata de responder la pregunta de Esther, pero la memoria trae del pasado la última tarde que llevó a su padre al Estadio(Azteca todavía), una semana antes de que se fuera a comprar el abono para el palco preferencial de la vida, allá en el cielo para siempre. La tarde del último campeonato en Diciembre del '97, el abrazo imaginario entre los dos que se grabó en el alma, la frase recordando a su padre: "Si me muero, que sea ahora, acá, contigo 'apá y festejarlo juntos allá arriba", las lágrimas, las rodillas que temblaban, la piel erizada, el corazón que reventaba.

En la casa de mamá, todavía tiene enmarcadas en cuadros las dos camisetas más importantes de su vida: una de Montoya y otra de Marín, que en paz descance.

Octavio sigue pensando la respuesta y sospecha que Esther jamás podrá entender la verdadera razón de ir al estadio. Saca la olla del fuego y empieza a endulzar el café.

-- Ey, estoy acá, ¿me ves? Te hice una pregunta. Bájate tantito de allá donde estás, te hice una pregunta, estoy esperando la respuesta- escucha de su esposa.

-- Perdón, perdón, empecé a divagar.

-- ¿En serio, no me digas? ¿Me puedes decir por qué vas al estadio o es muy complicado?

Octavio duda unos segundos. -- Gorda, voy al estadio porque... No sé, me gusta... Me gusta ir, qué sé yo.

-- ¿Me gusta? --La cara de Esther ya era odio puro-- Me gusta, ¡¿Eso me dices?! ¿Te estás burlando de mí? Te hago una pregunta en serio para tratar de entender tu locura y tú, lo único que me dices es ¡Me gusta! ¡Ah, nooo, de no creer, de no creer lo tuyo!

-- ¿Y qué quieres que te diga?

-- No sé, esperaba un... No sé, algo más pensado, más meditado, no un miserable "Me gusta".

-- Perdón Gorda, pero así es, me gusta.

Octavio prueba el café y se queda en la cocina. Esther se va, da un par de pasos y vuelve.

-- ¿Sabes qué? No , ya olvídalo. No sabes disfrutar de nada y cuando te pregunto algo en serio, sales con tonterías. "Me gustaaa, me gustaaa". Gordo, eres un niño.

-- Amor, espérate, no te enojes.

-- ¡¿Pero cómo quieres que no me enoje?!- Él, por la espalda la toma de la cintura y la abraza, le da un beso en la mejilla y le dice al oido:

-- Gorda, ¿sabes una cosa?

-- ¿Qué?

-- Tú también me gustas, y mucho. Tanto como mi Cruz Azul... si supieras.

-- ...Te amo gordo.
{+} ...Enamorados de CRUZ AZUL
 
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